Me desesperé, y sólo eran las doce,
porque no podía conciliar el sueño
con esos ronquidos que le ponen música
a la luna bajo las estrellas.
Quise matarte y no me atreví
a cortar con mis uñas tu cuello
porque eres el padre de mis hijas
y nunca deseé tener hijas huérfanas.
Quedé desesperada y llorosa
sobre la alfombra de mi suegra,
esa madre que te adora cuando viene
a verte un cheque para sus juergas.
Seguías roncando y compitiendo
con la lavadora que nunca lava
bien los vaqueros que tú compras
de rebajas en Carrefour y Alcampo.
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