Gracias te doy, amor mío,
por ese chico cantante
que trajiste engañado
hasta la puerta de casa.
Pensó el pobre individuo
que eramos empresarios
y cantó un Ave María
que resucitó al canario.
Le pagué con un café
su esfuerzo de vocales
y me pidió de propina
un buen yogur desnatado.
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